Retrato de un escritor, entre silencios y palabras
El sol de media mañana inunda la habitación donde José Matas Crespo me recibe. Es un espacio de luz y libros, con estanterías que parecen no seguir un orden estrictamente alfabético, sino más bien el capricho de alguien que se deja llevar por el ánimo de cada lectura. La casa tiene esa mezcla de serenidad y concentración que se nota en los rincones donde el tiempo parece detenerse, como en ese sillón raído pero acogedor donde él suele sentarse, rodeado de hojas sueltas, bolígrafos con tinta corrida y un ordenador portátil que, a simple vista, ha sobrevivido a incontables madrugadas de escritura.
José se mueve con la calma de alguien que ha aprendido a disfrutar de los momentos sin prisas, aunque su mirada siempre está alerta. Te observa cuando hablas, pero más allá de las palabras, parece que escucha lo que no dices. Cuando ríe —y lo hace a menudo, con esa carcajada que empieza en los ojos y se desplaza al cuerpo—, no pierde el hilo de la conversación. Hay algo casi magnético en su forma de estar presente, como si estuviera tomando notas mentales de cada gesto, cada pausa, preparando todo para la página en blanco que lo espera más tarde.
Es curioso: la calidez que desprende en persona contrasta con la intensidad de su obra. Sentado frente a él, resulta fácil olvidar que estamos aquí para hablar de su faceta como escritor. En cierto modo, es como si estuviera intentando desviar la atención de sí mismo hacia algo más profundo, como si preferiese que sus libros hablaran por él. Pero cuando finalmente comienza a desgranar sus ideas y su relación con la escritura, te das cuenta de que cada palabra está medida con el mismo rigor y pasión que imprime a sus textos.
El aire huele a café recién hecho, que José sirve en tazas que ha elegido sin prestar demasiada atención. «Nunca pienso en estas cosas», dice mientras se sienta al otro lado de la mesa, con una media sonrisa en los labios. Pero esa simplicidad es engañosa. Se nota que hay una vida interior intensa, una mente en constante ebullición detrás de cada gesto. Lo curioso de José es que parece saber siempre lo que va a decir, incluso cuando se deja sorprender por alguna pregunta más personal. No hay respuestas vacías ni frases hechas. En él todo parece reflexionado, pero no por eso menos espontáneo.
Los minutos pasan con rapidez mientras la conversación se entrelaza entre su pasión por la literatura, las experiencias que lo han marcado y algunas anécdotas que cuenta con humor. El ambiente sigue siendo íntimo, como si estuviéramos compartiendo algo más que palabras: un momento congelado en el tiempo, de esos que, probablemente, al final, es lo que José busca capturar en sus escritos. Aquí, entre las palabras, en este espacio de pequeñas confesiones y risas contenidas, uno siente que está asomándose a una parte de su mundo que no siempre está a la vista. Un mundo lleno de inquietudes, obsesiones, y sobre todo, historias que aún están por contarse.
José, comenzamos por el principio. ¿Cuándo supiste que querías ser escritor? ¿Hubo un momento clave o fue algo que simplemente ocurrió sin darte cuenta?
No tengo identificado un momento fundacional como origen de mi faceta como escritor, creo que el escritor está siempre ahí, desde el inicio de la infancia, y que sólo hacen falta los estímulos necesarios para que se dé el “pasaje al acto”. Supongo que cuando de niño uno ya empieza a componer algunos versos, cuando se siente atraído por lo “lírico”, como fue mi caso, se gesta la simiente de la pulsión narrativa. No obstante, hago memoria y, quizá, uno de los momentos en los que siento el anhelo de escribir, de convertirme en autor, fíjese que digo autor y no escritor, es después de leer el inicio de La insoportable levedad del ser. Quedé fascinado por la profundidad de las ideas de Kundera que subyacían a la sencillez de la prosa y ahí, en esa aparente contraposición, emergió cierta pulsión emulativa. Recuerdo que, por aquella fecha, espoleado por ese modelo, arranqué una novela bastante autobiográfica que quedó en eso, en un arranque de unas veinte páginas. Tenía entonces veintipocos años.
Si no fueras escritor, ¿a qué te dedicarías? ¿Qué otra vocación te ronda la cabeza cuando las palabras te agotan?
No se puede no ser escritor cuando se es. El escritor ante todo mira, observa, analiza, trata de comprender el mundo allí donde se le escapa, su mirada está siempre dirigida “al sesgo” (permítame que parafrasee al mi estimado Slovaj Zizek). Por lo tanto, la tarea del escritor excede la función narrativa, no se limita a la invención, a la creación de mundos nuevos. En mi caso, tiene que ver con cierto descubrimiento, cierta indagación. Creo que lo que me impulsa como escritor es indagar, escrutar, específicamente en lo humano, en lo intersubjetivo, en cómo las personas nos relacionamos y construimos vínculos (el amor, el odio, el resentimiento, la instigación, la manipulación…) todo se da a partir de relaciones que vinculan y condicionan la forma en la que somos para el otro, o para el Otro, si nos ceñimos a los términos lacanianos. Por lo tanto, si no fuera escritor, es decir, si no inventara mundos y personajes y los pusiera a vivir experiencias y peripecias en lo ficcional, tendría que hacer cualquier otra cosa similar, investigar, psicoanalizar, no lo sé, quizá habría sido un detective privado al estilo de los años cincuenta en Estados Unidos.
A menudo, los escritores cargan con fantasmas o temores que los empujan a escribir. ¿Cuál es tu principal miedo o esa obsesión que impulsa tu creación literaria?
Creo que escribir es desafiar a la muerte. Con cada línea que uno llega a consagrar le está ganando el pulso. Obviamente esto es un puro artificio, pero creo que si algo perturba al niño es el vacío existencial de la muerte. La muerte como un lugar al que uno se conduce. En mi caso, además, creo que tiene que ver con el tiempo, con la idea del tiempo. Si pienso en los personajes arquetípicos que me han seducido, como Drácula, es alguien que vive eternamente enamorado al otro lado del tiempo. No es una cuestión de inmortalidad, eso no me interesa, no me interesa la idea de la inmortalidad, sino la del deseo sostenido indefinidamente, lo que resulta también un imposible porque sólo puede alimentarse de la muerte. Supongo que por lo que acabo de exponer me interesa el trauma, lo traumático y su superación, que no deja de ser el caballo de Troya del psicoanálisis. Es decir, la indagación de lo traumático me sirve como posibilidad de vencer al tiempo y sus efectos.
¿Eres más nocturno o diurno cuando se trata de escribir? Cuéntanos sobre tu rutina, o la falta de ella. ¿Tienes algún ritual extraño o superstición para ponerte en marcha?
Escribo de día, siempre las mañanas me resultan mucho más productivas. Diría que soy un escritor de rachas, puedo escribir por meses enteros sin hacer otra cosa y luego, como digo yo, simplemente estar cociendo. Mirar, atender, preguntarse acerca de lo que nos rodea y, más concretamente, acerca de aquellas cosas que se dan por sentado enteramente y que, con un giro, una nueva perspectiva, cobran un sentido distinto. Ahí es donde emerge el escritor. No vale con cualquier pregunta, se necesita una que ponga el dedo donde escuece.
Cuéntanos un poco sobre tu relación con la tecnología. Hoy en día, muchos escritores se enfrentan al reto de las distracciones digitales. ¿Escribes a mano o directamente en la pantalla? ¿Te enredas en las redes sociales o eres más bien un lobo solitario?
Soy un lobo solitario, a las redes le tengo que poner empeño, de natural no las habito. Me resultan poco estimulantes. Sin embargo, no podría escribir una sola línea a mano. El teclado es el canal que mejor favorece mi escritura, sobre todo porque el texto escrito en un procesador de texto puede sufrir variaciones, correcciones, engrosamientos o diezmas de manera mucho más ágil y limpia que en un borrador en papel. La reescritura es más armónica en la pantalla.
Hablando de lo personal, ¿hay algo que te avergüence reconocer, pero que sientes que de alguna manera influye en tu obra? Todos tenemos alguna rareza…
Bueno, supongo que no ser devoto de autores de gran prestigio y reconocimiento, como Borges, soy incapaz de empatizar con su obra, más allá de algunos cuentos concreto, magistrales. Te diría lo mismo de Cortázar, por ejemplo, aunque no en la misma medida, en Cortázar la emoción está presente, en Borges lo que está en juego es la peripecia erudita e intelectual y esa yo la busco en otra parte. Necesito pasión y, sobre todo, que el mundo en el que me adentro como lector me lleve hasta los lugares más recónditos, a veces escabrosos, de lo esencialmente humano. Ahí es donde conecto y claro, no queda uno muy bien cuando se reconoce abiertamente que alguien del talento inmenso como Borges le resulta a uno indiferente.
¿Qué libro desearías haber escrito tú? No vale ser modesto. Hablo de ese libro que, cada vez que lo lees, sientes una punzada de envidia creativa.
Sin lugar a duda, Crónica de una muerte anunciada, cuyo arranque me parece un prodigio de virtuosismo y contundencia imposible de superar. García Márquez es la gran voz, y es un tópico, se supone que un escritor debería alumbrar en sus elecciones voces distintas de las del gran público, pero ese libro, más que envidia me produce un efecto contrario, me espolea como un desafío el ponerme a escribir, diría que me resulta afrodisíaco literariamente.
En tu opinión, ¿se nace escritor o se hace uno a lo largo del camino? ¿Qué tanto de tu obra crees que es talento natural y cuánto es pura dedicación y sudor?
Yo no diría que se nace escritor, se nace con unos talentos naturales que, en algunas personas, están muy vinculados a lo narrativo. El hombre es esencialmente narrativo en su condición, desde niños las historias nos cautivan. Hay quienes nacemos, y me incluyo, con ese instinto natural para la narración. Otra cosa es el oficio, purificar la técnica, la disciplina que exige estar muchas horas aislado, de la familia, de los amigos, del mundo que nos rodea, y la vida sedentaria que tanto lectura como escritura imponen. Se suda poco, pero se sufre bastante, escribir es exigencia y requiere de una orientación, no al detalle ni al virtuosismo, sino a la perfección, a buscar la excelencia en todo lo que se hace. Nada le expone más a uno que lo que ha escrito, se le ofrece al otro la posibilidad de explorarnos, de revisarnos, de juzgarnos también. Eso hay que cultivarlo también y me parece una de las facetas más difíciles de superar en un escritor que empieza, esa exposición personal ante un público que ni es considerado con la debilidad del autor, ni tiene por qué serlo.
Como creador, ¿te resulta difícil separar tu vida personal de tu obra? ¿Hasta qué punto dejas que tu biografía se cuele en tus textos, incluso cuando no es tu intención?
Quiero que mis vivencias se cuelen en mis textos, pero no de un modo sintomático, no como algo que sucede sin que yo lo pretenda, lo que ocurre en mis textos quiero controlarlo, decidirlo. Pero es imposible. Siempre que se da un “acto de habla”, y la escritura lo es, se produce lo que lo que en la teoría psicoanalítica es el principio de la manifestación del inconsciente, aquello que el sujeto dice sin poder evitarlo, como el síntoma, que se cuela a pesar de nuestros esfuerzos por erradicarlo. Hay lectores que me han hecho tomar conciencia de facetas de mis escritos ciegas para mí, y entonces me digo: no puedes controlarlo todo, por mucho que te empeñes.
Vamos a ponernos un poco filosóficos. ¿Qué te hace sentir que has «triunfado» como escritor? ¿Es el reconocimiento público, las ventas, o algo más íntimo y silencioso?
Mira, el triunfo es algo relativo y muy personal. Como escritor lo que quiero es tener lectores, eso es a lo que aspira todo escritor, creo. Luego está la crítica, que hay que tomarla con pinzas porque no es totalmente independiente, la crítica literaria se da en medios que también tienen que subsistir y no está exenta de nepotismo, esa hay que relativizarla. Pero en realidad, una satisfacción muy intensa se da cuando, al cabo de mucho tiempo, vuelvo a leer un texto mío, que casi no recordaba, que lo puedo leer como un lector más, y me conmueve y me llega y me emociona y digo, ostras, ¿de verdad escribí yo esto? Es un acto muy íntimo y silencioso, como dices, que reconforta y da sentido también a todos esos textos que se quedan sin ver la luz pública, que no llegan a los lectores.
¿Cuál es la crítica más dura que has recibido y cómo la enfrentaste? ¿Cambió algo en tu manera de escribir después de ese golpe?
Las más duras son las que recibe uno al inicio de su carrera, porque el oficio como escritor es menor y la solvencia técnica insuficiente. Creo que muchos escritores se quedan en esa fase, muy al inicio, cuando no saben asimilar las críticas sobre sus textos y pretensiones. Es normal que un texto no esté bien, que sea mejorable y que quien lo lee lo haga notar. Es fácil “sentir” esas críticas al texto como un ataque personal, y no porque sean especialmente duras, sino porque se dan muy al inicio cuando el escritor todavía es débil.
Hablemos de influencia. ¿Qué autores te formaron y moldearon, y cuáles te han decepcionado al leerlos después de haberse consolidado como “clásicos”?
El autor que más influencia ha tenido en mi obra, hasta ahora, es Javier Marías, por desgracia fallecido recientemente. Una pérdida irreparable para las letras españolas, así lo siento. Es un autor cuya voz, única, irrepetible, de una lucidez que asombra. Pero si me retrotraigo a mis inicios como lector, más que autores fueron obras las que recuerdo que quedaron en la biblioteca de los libros fundacionales. Uno de ellos fue Joc brut, de Manuel de Pedrolo, cuando tenía 12 años. El Perfume, de Patrick Suskind, ya con 20, Crónica del rey pasmado, de Torrente Ballester, Cien años de soledad, La insoportable levedad del ser, con 25. Autores que indagan en el tiempo y la esencia del ser humano a través de las pasiones, los anhelos, aquello que hemos alcanzado y, como decía Marías, aquello que se quedó en el camino y no llegó a consumarse; más peso tiene aquello que en realidad no ha ocurrido.
Muchos escritores tienen una relación amor-odio con la fama. Si tus libros te llevan a un reconocimiento masivo, ¿cómo crees que lo llevarías? ¿Te seduce la idea de ser una figura pública o prefieres quedarte en las sombras?
No me seduce en absoluto la idea de obtener un reconocimiento masivo, no creo que eso dijera nada bueno de mi obra. Me seduce la idea de construir una obra literaria en la que refleje lo que me preocupa de la vida, en la que indague en asuntos espinosos, que ponga contra las cuerdas los fundamentalismos que nos subyugan, cada época y cada sociedad tiene los suyos y es necesario superarlos para tomar conciencia de las aberraciones con las que nos hacen convivir.
Para terminar, algo más personal. Si tuvieras que decir qué es lo que más te define como persona —no como escritor, sino como José Matas Crespo—, ¿qué sería?
Vivir de manera apasionada. La lealtad a lo que amo. El rigor que impongo a lo que hago.