Del cortejo a la simulación del algoritmo: una historia de la intimidad
Durante siglos, las relaciones humanas han sido, y serán, un juego de tensiones, límites y descubrimientos; un péndulo oscilante entre la imposición y el deseo, entre la norma y la transgresión. El amor, la seducción o la intimidad, no son más que una construcción troquelada por el contexto social, por el lenguaje disponible en cada época y por las formas de mediación que esta permite. En la Edad Media los matrimonios resultaban de pactos estratégicos, sellos de linaje e intereses de patrimonio. El amor cortés no era más que un espejismo, un artificio literario más que una realidad, en el que los trovadores suspiraban por damas inalcanzables. La pasión pertenecía a la clandestinidad, a las alcobas prohibidas, a las cartas secretas y a los duelos por el honor. Con la llegada del Renacimiento y la Ilustración, las relaciones viraron hacia el individuo, hacia una idea incipiente del amor como elección personal. La seducción se convirtió en arte, en código social refinado: desde los abanicos y los bailes de salón hasta las cartas incendiarias que desafiaban el decoro. El control seguía siendo férreo, el deseo estaba vigilado y el matrimonio, disfrazado de romanticismo, no trascendía a una mera estructura económica. Pero en el siglo XX el Eros se liberó de sus ataduras. Llegó la revolución del amor romántico como derecho individual, la explosión de la contracultura en los años 60 y, con ella, la idea de que el amor podía ser libre, ¡libre! despojado de contratos sociales, de castigos divinos o de la monogamia normativa. La píldora anticonceptiva disolvió los últimos resquicios del matrimonio como único espacio legítimo para la sexualidad. El deseo, por primera vez en la historia, pertenecía a quienes lo experimentaban. Los años 80 y 90 consolidaron esta vivencia con el auge de ciudades globales, independencia económica y el hedonismo como forma de vida. Las discotecas, los bares de copas, los clubes, las fiestas privadas se convirtieron en los templos de la interacción espontánea, donde el cuerpo y la mirada bastaban para articular una invitación. ¿Se trataba de la última gran era del deseo mediado por la incertidumbre, donde el azar aún tenía un papel, donde el otro aún era un misterio que había que desvelar en conversaciones, en encuentros fortuitos, en cartas de madrugada o en llamadas telefónicas inesperadas? Visto en retrospectiva, me doy cuenta de lo afortunado que fui por haber nacido a principios de los 70 y que esa época dorada de los 80 y 90 del pasado siglo coincidiera con mi adolescencia y juventud.
¿Tanto se han alterado las relaciones sociales, el intercambio afectivo y sexual con la irrupción de lo digital? Las redes sociales y las aplicaciones de citas han acortado tiempos, eliminando silencios incómodos, pero ¿han avivado el deseo? Lo que antes se descubría en el transcurso de una noche o de varias semanas, ahora se previsualiza en un perfil, se calcula en una ecuación de compatibilidades, se desliza a derecha o a izquierda con la frialdad de una decisión algorítmica. El otro deja de ser un enigma para convertirse en un dato, en un resultado probable, en una simulación previa al encuentro real.
La pregunta que emerge es inquietante: si el Eros ha sobrevivido a la religión, a la moral y al contrato social, ¿sobrevivirá a la era de la predicción total? ¿Qué queda del deseo cuando ya no hay riesgo, cuando el otro ya no sorprende, cuando la intimidad es un proceso monitorizado, curado y ajustado a expectativas de mercado?
La transformación del deseo en una operación casi matemática, donde la incertidumbre, el misterio y la espera han sido sustituidos por la inmediatez y la optimización de la experiencia, configura un mundo donde lo cómodo y predecible se convierte en dogma. En este nuevo paradigma, el otro ya no es un territorio por explorar, un enigma que nos desordena y nos obliga a mirarnos desde ángulos inesperados, sino una pieza funcional dentro de un engranaje de conveniencia, un proveedor de estímulos que han de estar alineados con mis expectativas, mi narrativa personal, mis tiempos. Ya no se trata de descubrir al otro, sino de validarlo, de cotejarlo con mi lista de requisitos, de asegurarme de que encaja dentro del guion previamente escrito de mi propia rentabilidad vital.
Si el deseo, tal como se ha concebido durante siglos, estaba ligado a la espera, a la incertidumbre y a la posibilidad de ser alterados por la presencia del otro, su digitalización ha impuesto un nuevo contrato: el deseo debe ser eficiente, rentable, sin riesgos innecesarios ni tiempos muertos. En esta era de algoritmos sentimentales, se ha perdido el temblor de la anticipación, el azar de los encuentros, la dialéctica entre el deseo y su demora. Lo que antes era un juego de fuerzas imprevisibles, donde el rechazo y la conquista formaban parte del proceso, se ha reducido a una serie de intercambios calculados, a una economía del placer donde la subjetividad es un inconveniente y la compatibilidad un requisito innegociable.
Desde la óptica expuesta, se podría pensar que la claudicación del Eros se reduce a la fase del cortejo, a los preliminares de acceso e inicio de una relación, mediatizada por las facilidades que propician las APP de citas y, en general, las redes sociales. Pero ¿es realmente así? Los principios reguladores, las nuevas bases establecidas sobre cómo concebimos y calibramos al otro, siguen vigentes incluso en el caso de que esos escarceos iniciales den lugar a un encuentro afectivo y este se consolide. La dinámica de la pareja, establecida como una relación que debe ser óptima en términos de rendimiento, no escapa a la lógica de la eficiencia. La fricción, inevitable en las primeras fases de consolidación, se concibe como una amenaza al pronóstico de encaje propiciado por el algoritmo. La felicidad, imperativo irrenunciable en un entorno donde parte de ésta depende del nivel de exposición y retorno en forma de likes en Instagram, sitúan a la pareja en una esfera vulnerable, en un decorado de cartón piedra carente de autenticidad. Sin ajuste perfecto, la mínima presencia de conflictos activará otras opciones a salto de click en busca de un nuevo producto.
¿Se puede plantear, por lo tanto, que las posibilidades de consolidación de una pareja son ahora en España menores que hace 25 años? Si se toman los matrimonios y los divorcios por cada 1000 habitantes como indicadores de referencia, se verá que desde el año 2000 se contraen menos matrimonios (-42%) y hay más divorcios (56%).
Tabla 1. Matrimonios y divorcios en España por cada 1000 habitantes. Fuente de datos INE. ICP (indicador de consolidación de la pareja).
| Año | Matrimonios | Divorcios | ICP |
| 2000 | 5,34 | 1,03 | 5,18 |
| 2001 | 5,13 | 1,06 | 4,84 |
| 2002 | 5,10 | 1,09 | 4,68 |
| 2003 | 5,13 | 1,11 | 4,62 |
| 2004 | 5,13 | 1,22 | 4,20 |
| 2005 | 4,76 | 2,16 | 2,20 |
| 2006 | 4,67 | 2,85 | 1,64 |
| 2007 | 4,51 | 2,78 | 1,62 |
| 2008 | 4,26 | 2,58 | 1,65 |
| 2009 | 3,77 | 2,27 | 1,66 |
| 2010 | 3,62 | 2,35 | 1,54 |
| 2011 | 3,45 | 2,20 | 1,57 |
| 2012 | 3,57 | 2,34 | 1,53 |
| 2013 | 3,35 | 2,15 | 1,56 |
| 2014 | 3,40 | 2,17 | 1,57 |
| 2015 | 3,64 | 2,18 | 1,67 |
| 2016 | 3,69 | 2,08 | 1,77 |
| 2017 | 3,68 | 2,10 | 1,75 |
| 2018 | 3,59 | 2,04 | 1,76 |
| 2019 | 3,52 | 1,95 | 1,81 |
| 2020 | 1,91 | 1,69 | 1,13 |
| 2021 | 3,12 | 1,83 | 1,70 |
| 2022 | 3,11 | 1,71 | 1,82 |
| 2023 | 3,11 | 1,61 | 1,93 |
Por otro lado, al poner en relación ambos valores se puede obtener un indicador de consolidación de las parejas (ICP). El ICP refleja la estabilidad de las parejas a lo largo del tiempo. Un valor alto del ICP indica que hay más matrimonios en relación con los divorcios, lo que sugiere una mayor estabilidad de las parejas. Un valor bajo indica que los divorcios están más próximos o superan en proporción a los matrimonios, lo que refleja una menor consolidación de las parejas.
La fórmula del Indicador de Consolidación de Parejas (ICP) es la siguiente:
Se observa un claro descenso en la estabilidad de las parejas desde 2000 hasta 2006 cuando los divorcios aumentaron drásticamente tras la reforma del divorcio exprés en España. Sin embargo, en la última década, el indicador muestra, a excepción de 2020, año de la pandemia, una tendencia a la recuperación.
El crecimiento del Indicador de Consolidación de Parejas (ICP) en la última década, desde su punto más bajo en 2012, parece contradecir la tesis de Byung-Chul Han sobre la erosión del Eros en la era digital. Si la digitalización de las relaciones, el consumo acelerado de vínculos y la lógica de la optimización permanente fueran fuerzas implacables, se debería ver una menor estabilidad en las parejas y un descenso del ICP en lugar de su incremento. Entonces, ¿cómo encaja este fenómeno en la teoría de Han?
Una de las hipótesis que podría salvar la tesis de Han es que el aumento del ICP no se debe a que las parejas sean más sólidas o el Eros se haya revitalizado, sino a que los que deciden dar el paso son menos (un hecho incontestable) pero más convencidos o que las aplicaciones de citas han desarrollado filtros de compatibilidad cada vez más precisos. Si antes los matrimonios estaban mediados por azarosos encuentros en el mundo físico y social, ahora las parejas se forman con criterios de afinidad más altos. El amor ya no es un hallazgo fortuito, sino una optimización del mercado afectivo, lo que puede reducir el margen de error y generar relaciones más estables en el tiempo. Pero lejos de estas explicaciones está una que converge fielmente con la hipótesis de la claudicación del Eros entendida en términos de Han: se ha optado por uniones más accesibles, con los mismos beneficios civiles y que, a la postre, facilitan la finalización de la relación en caso de desajuste y la búsqueda de nueva compañía: las parejas de hecho.
Si en el 2010 éstas triplicaban en número a los matrimonios, en 2023 multiplican por 8 a estos últimos. Es, sin duda, la elección primordial que, definitivamente, avala los planteamientos de Han. Véase, además, que, en el 2020, año de la pandemia por Covid-19, cayeron en picado los matrimonios, no en la misma proporción los divorcios y las parejas de hecho se dispararon como consecuencia, muy probablemente del miedo y la incertidumbre ante años venideros: lo más rápido y seguro era consolidarse como pareja de hecho. Al poner en relación los matrimonios por cada 1000 habitantes con las parejas de hecho por cada 1000 habitantes (ICPH), se evidencia además la clara elección de esta última en detrimento de la primera.
¿El Eros muere o muta?
La teoría de Han se basa en la erosión del deseo, en que la digitalización convierte al otro en un producto de consumo que se agota con la inmediatez del placer. Sin embargo, los datos parecen indicar queno todas las dinámicas contemporáneas apuntan a la disolución de las parejas, sino que algunas pueden fortalecerse como reacción a la precariedad afectiva de la modernidad. Lo que podría estar ocurriendo no es el fin del Eros, sino una mutación de sus dinámicas, donde el deseo ya no se juega en la conquista azarosa, sino en la eficiencia del encuentro.
¿Es esto realmente el resurgimiento del amor o solo la consolidación de un Eros domesticado?
No son pocas las obras de ficción que han abordado en su esencia la cuestión del deseo y su desnaturalización bajo el yugo de la tecnología y las nuevas formas de interacción social. Desde la literatura y el cine, esta erosión del deseo ha sido explorada con distintas perspectivas, algunas anticipatorias, otras casi documentales, todas inquietantes. En sus páginas y fotogramas se halla el reflejo de sociedades que ha sacrificado la pasión en el altar de la eficiencia, han eliminado la fricción en nombre de la fluidez y convertido el deseo en una variable más dentro de la regresión logística del bienestar personal.
Para seguir indagando a través de la ficción, aquí un menú con las obras que han captado esta inquietante mutación con una lucidez implacable, en mundos donde el deseo se disuelve en la hiperconectividad, la automatización emocional y la reducción del otro a un reflejo digital. Desde la distopía (Eggers, Shteyngart, Houellebecq) hasta la fábula existencial (Ishiguro, McEwan), la ficción moderna plantea un dilema: en una era donde todo se optimiza y se acelera, ¿queda espacio para el deseo en su forma más humana, incierta e irreductible?
📖 Novelas y cuentos
Autores españoles
📖 El sistema – Ricardo Menéndez Salmón (2016)
Una distopía donde la vigilancia total y el control absoluto de la sociedad hacen que las emociones, incluido el deseo, se diluyan en la mecanización de la existencia.
📖 La teoría de la retaguardia – Miguel Ángel Hernández (2019)
Aunque parte del mundo del arte, trata sobre cómo la sociedad actual posterga el deseo y la experiencia directa en favor de la contemplación diferida, mediada por pantallas.
📖 El libro de todos los amores – Agustín Fernández Mallo (2022)
Explora la relación entre el amor y la tecnología desde una perspectiva fragmentaria, donde la hiperconectividad anula la profundidad del deseo.
📖 Sexo y silencio – Luisgé Martín (2023)
Un ensayo con tintes narrativos que analiza cómo el deseo ha sido domesticado y controlado, perdiendo su capacidad subversiva en la era digital.
📖 El ideal de la soledad – Carlos Castán (2023)
Reflexiona sobre la soledad autoimpuesta en una sociedad donde la tecnología reemplaza la necesidad del otro.
📖 Golpes de luz – Ledicia Costas (2023)
Sobre la incomunicación emocional en tiempos de inmediatez tecnológica, donde el deseo se fragmenta y se diluye.
Autores extranjeros
📖 Super Sad True Love Story – Gary Shteyngart (2010)
Una sátira distópica sobre un mundo hiperdigitalizado donde el amor y el deseo han sido reemplazados por métricas y algoritmos de popularidad.
📖 El círculo – Dave Eggers (2013)
El control total de la privacidad y la hiperconectividad vacían las relaciones humanas de autenticidad y deseo genuino.
📖 Clara y el Sol – Kazuo Ishiguro (2021)
Explora un futuro donde la tecnología proporciona sustitutos emocionales, alterando la manera en que se experimenta el deseo.
📖 Los territorios de lo imposible – Michel Houellebecq (2023)
La última novela del autor más obsesionado con la degradación del deseo y la mercantilización de las relaciones en la era digital.
📖 Fall; or, Dodge in Hell – Neal Stephenson (2019)
Plantea un mundo donde la conciencia digitalizada sustituye la experiencia humana, afectando irreversiblemente el deseo y las relaciones.
📖 Machines Like Me – Ian McEwan (2019)
Juega con la posibilidad de androides que pueden establecer relaciones afectivas y sexuales con humanos, planteando la disolución del deseo en lo artificial.
📖 La anomalía – Hervé Le Tellier (2020)
Explora el impacto de la repetición y la duplicación de la identidad en la experiencia del deseo.
🎬 Cine y series
🎬 Her – Spike Jonze (2013)
Un hombre se enamora de un sistema operativo diseñado para satisfacer todas sus necesidades emocionales.
🎬 Ex Machina – Alex Garland (2015)
Una IA con forma femenina desafía los límites del deseo humano, manipulándolo hasta sus últimas consecuencias.
🎬 Anomalisa – Charlie Kaufman (2015)
La percepción del otro se degrada hasta la uniformidad, impidiendo la experiencia de un deseo auténtico.
🎬 Equals – Drake Doremus (2015)
En una sociedad donde las emociones han sido erradicadas, el deseo resurge como una anomalía peligrosa.
🎬 Black Mirror (varios episodios, 2011-2019)
Especialmente Be Right Back, Hang the DJ y Striking Vipers, que abordan la erosión del deseo en la era digital.
🎬 The Lobster – Yorgos Lanthimos (2015)
Una sátira sobre la presión social para formar pareja y cómo la tecnología redefine la atracción.
🎬 Blade Runner 2049 – Denis Villeneuve (2017)
La relación entre humanos y réplicas plantea el problema de un deseo desprovisto de reciprocidad real.
🎬 Perfectos desconocidos – Álex de la Iglesia (2017)
El papel de la tecnología en la erosión del deseo y la intimidad dentro de la pareja.
🎬 After Yang – Kogonada (2021)
Un androide diseñado para la compañía familiar muestra cómo la tecnología sustituye y redefine el vínculo humano.

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